sábado, 23 de julio de 2016

Un día inolvidable

Alejandra Amezcua Escobedo

Recuerdo que era el último día de clases, el 17 de junio de 2013.

En la secundaria organizaron un juego llamado “Los garrafones”, que era parte del rally. Yo quería entrar en el equipo que representaría a mi salón (primero A), pero no había más lugares y no lo conseguí.

A la primera hora todos estábamos emocionados por la actividad que se realizaría en el receso. Otros se molestaron porque tampoco iban a participar.

Unos minutos antes de dar inicio a “Los garrafones”, los representantes de primero A se separaron. Volvieron a elegir, y yo fui una de las personas seleccionadas.

Sin saber qué era lo que pasaría, los coordinadores nos comenzaron a explicar lo que haríamos: tenía que haber 10 jugadores en cada equipo de cada grupo (eran 9 salones); éstos se pondrían en fila y el primero tendría consigo un balde con agujeros en la parte de abajo. Correría hacia unos tambos llenos de agua y regresaría a la línea, tapando lo más que pudiera los hoyos. Irían pasando el balde por arriba de sus cabezas hasta un garrafón, y ahí vaciarían el líquido restante.

Estábamos nerviosos, pues el momento ya se acercaba, cada vez más veloz. Impaciente esperaba yo mi turno. No sabía qué hacer, si correr lo más que pudiera o tener cuidado para no tirar el agua.

Cuando llegó la cubeta a mis manos no me quedaba otra que arrancar. No pensaba en nada más. Me acerqué a mi objetivo, luego rápidamente me dirigí al principio de la hilera y pasé para atrás el recipiente.

Sentía tanta adrenalina que no sentía que me había puesto en marcha. Todos los estudiantes provocaban un relajo que se escuchaba por todas partes: “¡Rápido, rápido!”, “¡Ustedes pueden!”, “¡Que no se les caiga el agua!”, y al escucharlo eso más nos motivaba. 

Sonó la campana de fin del juego. Ya que acabamos vimos que el garrafón tenía mucho menos de la mitad, no era más de un litro. Los otros grupos sí habían llegado por lo menos a la mitad de él.

Por supuesto, al mencionar los lugares los encargados esperábamos a que nos nombraran, pero obviamente fuimos los últimos. No tuvimos otra opción más que reírnos. Todo el grupo gritaba: “¡Primero A, primero A!”.

Y así fue como pasé mi último día de clases. Fue un buen día, e inolvidable.


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