sábado, 13 de agosto de 2016

La gran pérdida


Stephanie Flores Meza

Me levanté una mañana a las 10:14 a bañarme, para así poder dar un paseo por la ciudad con mi motocicleta. Era un día completamente normal. Me dolía la cabeza, así que me dirigí al cajón con todas mis pastillas y me tomé una.

Una vez que arranqué mi motocicleta, me dirigí al bulevar más cercano. El semáforo estaba en rojo y a lo lejos vi a alguien: era una chica, muy hermosa, y yo solo para llamar la atención le grité: 

—¡Fea!

Ella volteó e inmediatamente me arrepentí. Me acerqué con mi moto y le volví a decir: “¡Fea!”… A los segundos aceleró y se fue muy lejos. Alcancé a percibir que me hizo un mal gesto con su mano; en realidad, me pareció que eso no era algo correcto para una señorita como ella.

A las horas llegué a mi casa, y una vez que me acosté, mi teléfono comenzó a sonar con mi canción favorita de Arctic Monkeys. Era la llamada de mi mejor amigo desde la infancia, Alex, que me invitaba a una fiesta de su amiga. Acepté y me fui de nuevo a la calle.

Cuando llegué, me di cuenta de que la misma muchacha a la que había visto horas antes en la calle, a la cual le grité “¡Fea!”, estaba allí, así que inmediatamente me acerqué a ella. Cuando me vio me dijo:

—Babi. Ese es mi nombre.

—Hugo… no… Hache… Hache es mi nombre.

—¿Hache?

—Larga historia.

La verdad me la pasé muy bien, y creo que agradezco haberle hablado en la calle. Muchas cosas nos pasaron a los dos una vez que nos conocimos bien, y después de un tiempo comenzamos a tener una relación. Muchas de esas cosas eran buenas, la mayoría en realidad; pero hubo una cosa de la cual me arrepiento profundamente.

Todo ocurrió un día en que llamé a mi amigo Alex para invitarlo a que se uniera a las carreras callejeras de motocicletas. Él sin dudarlo aceptó. Cada uno tenía que tener a alguien consigo en la parte trasera de la motocicleta, así que él eligió a su novia, Catina.

—¿Están listos? —gritó una chica encargada de todo el evento.

—¡Listos! —gritaron emocionados los corredores.

Alex arrancó con todas sus fuerzas y sin parar trataba de llegar a la meta. Pero, por desgracia, se volcaron. La motocicleta se arrastraba por toda la calle mientras ellos estaban debajo de ella. La gente se acercó y sus caras y expresiones lo decían todo. Los dos habían muerto.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Esto es tu culpa! —me dijo Babi. Catina se había vuelto una de sus mejores amigas, así que se sentía devastada, y como yo los había invitado ahora me echaba toda la responsabilidad—. ¿No vas a decir nada? ¿En serio? ¡Estoy harta de ti y de todo esto de tus motocicletas…! ¡Me voy! ¡Y que no se te ocurra buscarme!

Inmediatamente comencé a llorar como loco mientras ella se iba. ¡Le gritaba! En verdad me había enamorado y nada sería peor que perderla y dejarla ir. A mi lado había una pistola de uno de los bandoleros de la carrera. Estaba tan estresado que la agarré y me apunté a mí mismo directo a la cabeza. Me sentía cien por ciento seguro de hacerlo, cuando de repente…

¡Era un sueño…!

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