lunes, 26 de diciembre de 2016

Gritos de agonía en La Cachanilla



Todo comenzó en 1989, cuando en la ciudad de Mexicali la economía se encontraba en su máximo esplendor. Era la época en la que se construyó la plaza La Cachanilla, donde todas las familias mexicalenses pueden pasar un bello domingo (después de misa), echando un vistazo a los aparadores, disfrutando de una rica comida y de vez en cuando comprando unas cuantas cosas necesarias.
Aquella plaza es una buena manera de ver transcurrir el tiempo, pues es un lugar agradable y con un ambiente muy sano. El problema comenzó con el rumor de que en las noches se escuchaba una voz un tanto terrorífica que gritaba en agonía. Los veladores siempre escuchaban ese grito; sin embargo, por miedo a que les pasara algo, no averiguaban de dónde provenía.
Se relata que en una ocasión, después de unos cuantos cambios de veladores, uno de los nuevos, que era joven y aventurero, se decidió por averiguar la procedencia de esos gritos. Se acercó al área de comidas y, con la boca abierta, vio pasar frente a él lo que nunca imaginó: la aparición de una mujer blanca como la nieve. El muchacho quedó impactado ante tal suceso.
Después de unos cuantos meses, comenzaron a correr versiones de quién es la mujer que en las noches aterroriza a los veladores.
Se dice que aquella mujer proviene de tiempos más antiguos, cuando en Mexicali el PRI tenía en sus manos el poder y estaba por finalizar la época del oro blanco. Cuando la famosa Jabonera del Pacífico estaba en crisis total y se encontraba a punto de cerrar.
La fábrica en sus tiempos de gloria había dado empleo a muchos hombres, ayudando a la economía de la ciudad. Atrás de aquella empresa se encontraba una colonia habitada por muchos de sus trabajadores. Entrando los años ochenta y ya sin la Jabonera en funcionamiento, muchos empleados se mudaron, buscando casa un tanto más céntrica.
Se dice que en una de esas viviendas residía una pareja de recién casados, muy enamorada. El hombre era alto, grande, de tez morena, tosco y brusco. Celaba mucho a su querida esposa, pues ella era muy bella y antes de él tuvo muchos pretendientes.
La mujer era de tez blanca. Tenía cabellera negra y grandes ojos verdes; era muy querida por toda la colonia, pues siempre se encontraba ayudando a sus vecinos. Se cuenta que su esposo todos los días salía de su casa a las siete de la mañana y regresaba a las seis de la tarde.
El señor era muy violento, pues al llegar siempre estaba enojado, pensando que su amada lo estaría engañando, pues él nunca se encontraba en su casa y ella era demasiado bella para quedarse todo el día sin compañía. Él ya tenía algunas sospechas con algunos vecinos; sin embargo, nunca había encontrado a su esposa en el acto infiel.
Pasaron meses en los que el hombre llegaba con aquella intuición a su hogar, y se dice que no fue hasta que salió más temprano del trabajo cuando encontró a su esposa con aquel vecino del que había sospechado desde hacía meses.
En ese momento se encontraba pasando por la calle una mujer de unos ochenta años de edad que vivía a una cuadra de la pareja. Ella escuchó los gritos y se asomó a observar qué ocurría. Vio cuando el hombre, con rabia, tomó a su esposa a la fuerza, y ésta, en un mar de lágrimas, suplicaba que la soltara.
Se dice que el hombre fue visto con su mujer por última vez en aquel terreno donde había funcionado la Jabonera. Se cree que él, entre sus enojos y celos, acabó con la vida de su esposa en aquel lugar, dejándola abandonada ahí. Es por eso que ahora el espíritu de aquella joven ronda por las noches entre tristezas y llantos, pidiendo a su amado una última oportunidad.

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