Christian había caminado esa calle cientos de veces para llegar a su
casa, un departamento en el último piso de un viejo edificio al final del camino.
Esta noche no era distinta. Salió de su trabajo, tomó el metro, se bajó en la
quinta estación y comenzó a caminar el par de manzanas que le faltaban para
llegar.
En el camino tampoco se encontró nada inusual: dos entes, un demonio y
tres banshees… Estaba inusualmente tranquilo, aunque no lo pareciera. Había
nacido con la habilidad de ver, y sentir, lo que para otros era inexistente.
Debido a esto, tuvo muchos problemas durante su infancia y fue llevado
contadas veces al psicólogo, gracias a los demonios y fantasmas que lo acosaban
o buscaban su ayuda al darse cuenta de sus dones especiales.
Sin embargo, con el tiempo fue encontrando a algunas personas parecidas
a él. Entre ellos estaba Nathan. Fue curiosa la manera como se hicieron amigos,
pues se encontraron al menos tres veces por casualidad
y, después, decidieron mantener contacto.
Nathan podía ver casi todo lo
que Christian veía. Sin embargo, daba más provecho a sus dones, pues encontraba
la manera de eliminar a las criaturas
más peligrosas y sanguinarias, como los demonios o los fantasmas vengativos…
Christian se quedó pensando en su amigo mientras llegaba al conjunto de
departamentos. Pero, tan solo un par de cuadras antes de llegar, se detuvo. Había
alguien sentado en la banqueta de la siguiente esquina, junto al callejón. Parecía
un hombre joven, un muchacho, vestido todo de negro, con la cabeza gacha y las
manos enlazadas descansando sobre las rodillas.
Al chico le dio mala espina y comenzó a caminar hacia el otro lado de la
calle. No vio al otro muchacho cuando levantó la cabeza y lo siguió con la
mirada, pero sí escuchó su voz unos segundos después:
—¡Hey, Daniel!
“¿Qué…?”, pensó Christian. “Nate es el único que me llama así…”.
El rubio volteó hacia la esquina, desconcertado, y vio al joven
levantarse y caminar hacia él, sonriendo de medio lado. ¡Era Nathan!
—Hey —respondió Daniel.
—Hola. Me asustaste, creí que era alguien más.
—Ah, ¿pero quién más va a ser? —dijo el pelinegro, mientras recargaba un
brazo sobre los hombros de su amigo—. Verás… —continuó—, vine porque quería
hablar contigo… pero debo hacerlo rápido, desde ayer me vienen persiguiendo
tres demonios distintos y no me dejan en paz —al hablar miraba nerviosamente a
los techos de los edificios.
—Bueno, pues dilo ya —sugirió el más joven de los dos.
Nathan dudó mientras miraba a los lados otra vez.
—No es seguro aquí —fue todo lo que dijo, luego continuó—: Ven, hay que
acercarnos al callejón —sugirió, mientras dirigía a su compañero con el brazo
todavía sobre sus hombros.
Christian no entendía cómo el callejón sería más seguro, pero lo siguió
de todos modos. Nathan entró primero al estrecho lugar, dándole la espalda a su
amigo. Fue ahí cuando Chris se dio cuenta de que su compañero parecía haber
sacado algo de su chaqueta y estaba moviéndolo entre las manos.
—Y bien —dijo, ignorando el objeto desconocido—, ¿Qué es lo que me
querías decir, pues?
—Bueno… —contestó Nate mientras se daba la vuelta lentamente.
“¿Por qué está actuando tan extraño?”, pensó Christian. Podía sentir que
había algo fuera de lugar.
—Quería decirte… lo siento.
—¿Qué? ¿Por qué?
Nathan se había volteado casi por completo hacia él, pero el objeto en
sus manos todavía no era visible, hasta que reflejó la luz de la luna. Entonces,
solo entonces Daniel pudo ver, únicamente por un segundo, el brillante gris
plata de una daga tan larga como su antebrazo, girando entre los dedos de su
compañero.
—Nate —Chris tartamudeó—... Nathan… ¿Qué estás haciendo…?
—Oh, no te preocupes, esto será rápido. Cuando menos te des cuenta ya te
habrás ido.
El muchacho más joven estaba mudo y aterrado. Este no podía ser de
verdad su querido amigo…
—Bueno, en realidad no. Va a ser bastante largo y doloroso. Puede que
tome un rato.
—¡No…! Nathan… ¿Por qué estás haciendo esto...? No es divertido, para…
—Ay, ¡vamos! ¿En serio sigues creyendo que soy él? No, no, claro que no…
Eso quisieras…
Christian entonces vio, para su horror, cómo el rostro del sujeto frente
a él cambiaba. Este no era su amigo, en definitiva; era un demonio, uno lo
suficientemente poderoso para mimetizar la imagen de alguien de manera tan convincente…
Sus ojos habían perdido cualquier rastro de negro o blanco y se habían
vuelto azules por completo. De su rostro, como si fuera tinta sobre el papel,
aparecían marcas negras que se doblaban y torcían cruzándose unas con otras
Después, lo único que Christian vio fue un flash rojo carmesí, algo
acercándose rápidamente hacia él y una extraña sensación de que estaba siendo
quemado su abdomen. Todo pasó demasiado rápido. De un segundo a otro el demonio
ya se encontraba sobre él con el cuchillo clavado en su torso.
Ahí se dio cuenta de que el flash rojo había sido la daga, que brillaba
como si estuviera lista para soldar… O, tal vez, era solo la sangre, después de
todo era bastante. Había empezado a salir con rapidez de la herida y manchaba
su pálida camiseta de color vino, hasta que la dejó empapada.
El demonio retrocedió, no sin antes recuperar su preciada arma.
—Me llevo esto —dijo—. Supongo… que ha sido un placer conocerte. Lástima
que haya durado tan poco —terminó con una sonrisa, mientras dejaba al muchacho
atrás, tirado en la pequeña callecilla.
—¡No… Espera…! —lo detuvo Daniel con pesadez—. ¿Qué… qué fue lo que
hiciste… con él?
—¿Quién? ¿Tu lindo amiguito? ¡No te preocupes por él! Era mi intención
que llegara… no antes de que tú mueras, por supuesto. Le dejé algunos acertijos
para el camino, no debe tardar.
Después de esto, el demonio se fue, desapareciendo justo tras salir del callejón,
sin dejar una sola pista de que alguna vez estuvo ahí.
Christian se sentía tan desesperado, incapaz de moverse en el suelo helado,
sintiendo cómo el dolor lo cegaba cada vez más y la pérdida de sangre lo
alejaba de la conciencia… No podía más, quería dormir, descansar, dejarse
llevar por ese manto negro que lo empezaba a cubrir y prometía una solución a
su pesar… Sí, tal vez eso estaría bien, tal vez solo debía dejarse llevar, tal
vez…
—¿Christian…? ¡Christian…!
“Ese es… ¿Nathan?”.
—¡Por favor, despierta...! Por favor… ¡No te vayas, por favor! ¡No me
dejes aquí solo, te lo pido, despierta…!
Daniel intentó otra vez, contra todo el peso que sentía encima. Reunió
fuerza, y abrió los ojos…
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