martes, 27 de junio de 2017

Solo monedas de cinco centavos




Se escuchaban gritos. El ambiente era tenebroso. Se oían golpes y demasiadas groserías y maldiciones proferidas por una mujer. “Teníamos miedo”, expresaban las personas, según los testigos.
Golpes, palazos, azotes. Alcanzaban la calle toda clase de sonidos. Todos eran confusos y, por lo tanto, cada uno de los vecinos interpretaba a su manera lo que ocurría…
Era alrededor de 1950. Se contaba que en Mexicali había una mujer muy prepotente y enojona. Lo era tanto que cada día y noche, sin razón alguna, les pegaba a sus dos hijos.
Hacia mediados del siglo XX la famosa ciudad del sol era joven y pequeña. Casi todos se conocían, casi todos sabían de todos. Por lo tanto, la población estaba enterada de la señora que siempre maltrataba a ambos niños. Muchos decían que estaba aquejada por un problema psiquiátrico, otros que le habían hecho lo mismo de pequeña, y siempre surgían nuevas teorías de por qué se comportaba de esa manera.
Tan grande era el disgusto entre la gente del pueblo que cierta vez todos fueron a la casa de la señora a quejarse. Pero ella tomó muy mal sus reclamos, y solo cerró las puertas, sin hacer caso alguno.
En un momento, después de eso, llamó a sus hijos (de apenas once años y trece años), y con un rostro enrojecido y llena de impotencia les preguntó: –¿Ustedes andan de chismosos y mitoteros, verdad?–. Los niños, asustados y con el pánico reflejado en su cara, respondieron: –No, madre, nosotros no hemos dicho nada–. La mujer los amenazó rápidamente, con una expresión horrífica: –¡A mí no me mienten, mocosos!
Parecía que se le caería la piel, de tan caliente que estaba su cuerpo por el enojo. Además, su semblante se mostraba encendidísimo y tenía los pelos de punta, por lo que a sus hijos les dio una paliza. Pero, de tanto enojo que sintió esa noche, no se quedó conforme con unos golpes. Agarró a los pequeños, los amarró a su cama con una soga y, presa de toda la ira del mundo, con la punta de metal de un cinturón los azotó.
La vida para los niños ya no fue la misma… Se convirtió en una rutina que recibieran una paliza a diario. En ocasiones su madre se sobrepasaba tanto que los internaban en el hospital.
Varias veces la quisieron denunciar, pero en esos tiempos todo era muy diferente. La gente no tenía, como ahora, teléfonos celulares para llamar a las autoridades y hacer acusaciones. Apenas había 120 mil habitantes –como en Orizaba, Veracruz, ciudad que este 2016 cuenta con poco más de 122 mil personas.
Pasó el tiempo y los niños, pequeños e indefensos, se convirtieron en jóvenes, grandes y maduros, de 18 y 20 años. Ellos solos decidieron mudarse a otra casa e ingresar al Centro de Enseñanza Técnica y Superior (CETYS), ya fundado en 1961.
Antes de marcharse le recriminaron a su madre todos los errores y la forma en que se comportó con ellos. Le dijeron que se iría al infierno y que estaba condenada. Justo unos instantes después azotaron la puerta yéndose, y la mujer los vio desaparecer por última vez en su vida.
Tanta fue la angustia de la madre que, en cuanto salieron sus hijos, entró en lágrimas y no pudo calmar su llanto.
Al día siguiente acudió con un sacerdote a confesarse. Al oír todos los increíbles pecados, el padre no dudó en decirle que debía ir a Roma a pedir el perdón divino.  La señora empezó a pensar en las maneras de ahorrar dinero, en qué trabajaría, cómo obtendría los recursos. Pero todo su mundo dio vueltas cuando el clérigo le advirtió: –Tendrás que viajar con tus ahorros. Pero habrás de mendigar y solo podrás aceptar monedas de cinco centavos, no más, no menos.
La mujer, con todas las ganas de sanar su alma e intentar enmendar sus errores, una mañana después, motivada, afuera de la iglesia pedía sus cinco centavos. A veces las personas se sorprendían cuando no aceptaba piezas de mayor valor.
La verdad, no conseguía mucho por día. Si lograba reunir la cantidad suficiente, ella misma estimaba que a ese paso viajaría a la Ciudad Eterna en un plazo de cinco años.
Cuando llevaba varios meses tendiendo la mano a la gente ya se encontraba acabada. Sus dientes parecían de carbón y sus cabellos de escoba, su piel olía a carne muerta. Lamentablemente no pudo sobrevivir mucho tiempo. Falleció apenas un año y un mes después de haber empezado a implorar por ayuda.
Ahora se rumora que se aparece por las calles de la iglesia donde mendigó durante trece meses, y si no le das una moneda de cinco centavos quedas maldito por toda la vida.



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