Berenice
Elizabeth Moreno Ceja
Bailas con una
energía excepcional; muy característico a tus diecinueve años. Te crees
inmortal con esos tragos que le metiste a tu cuerpo.
Bailas con cualquier
persona que se ponga frente a ti. Bailas con tus tristezas, con tus recuerdos.
Bailas hasta con el silencio.
Eres otra, te
desconozco completamente. Te crees la reina de la pista, la reina de las más
bonitas. Te crees la reina de reinas. Realmente eres patética, aunque debo
admitir que también eres la reina de mis pensamientos, la reina de mis
susurros.
Mientras sigo
perdido en mis absurdas ideas, apareces repentinamente frente a mí con esa
sonrisa que me envuelve en sueños frustrados, en sueños melancólicos.
―¡Hey, hola!
¿Cuánto tiempo sin vernos? ―dices con la misma emoción que un niño con su
regalo de Navidad.
―Eh… sinceramente
no lo sé…
¡Claro que lo sé!
Hace exactamente 133 días, 13 horas, 28 minutos y algunos segundos que te miré
por última vez caminando de la mano de un tipo apuesto, según tus gustos.
―¿Quieres bailar?
―preguntas como si fuéramos los mismos de hace siete años.
Pareces sobria,
pero esos ojos te delatan. Esa mirada que pide ayuda a gritos te delata. Esa
sonrisa fingida te delata. Esas manos perdidas te delatan.
―No, gracias… solo
vine a…
¡Demonios! No sé
qué estoy diciendo.
―Vine a buscar a
un amigo. Sí, eso, un amigo.
No me creíste. Ni
el ser más crédulo podría habérselo creído.
―Bueno, te dejo.
¡Adiós!
Te vas, y mis
memorias se van contigo.
Ese andar es el
mismo de aquella chiquilla de doce años que llegó a preguntarme si tenía dinero
que le prestara para comprarse una paleta de mango con chile.
Esa sonrisa tiene
el mismo resplandor de aquella chiquilla de doce años, incluso cuando su
dentadura no era perfecta y en sus dientes había sarro por doquier.
Esa mirada es la
misma de aquella muchacha de diecisiete años cuando vino a decirme que tenía
nuevos amigos. La misma mirada cuando viniste a decirme que te habías drogado
con tus amigos. La misma mirada que pedía ayuda. Exactamente la que tienes
ahora, en este instante.
Cuando te conocí,
tu mirada era fresca, juvenil, con sueños muy grandes que parecían
inalcanzables para los demás, pero no para ti.
Esa mirada fresca
con la que viniste a preguntar mi nombre –luego de pedirme dinero, claro.
Esa mirada fresca
que tenías cuando bailamos juntos esa canción que tanto te gustaba, que, según
recuerdo, era un soundtrack de tu
película de vampiros favorita. Esa mirada fresca cuando fuimos a ver la
película de la chica con cáncer que era muy feliz con su novio; tu película
favorita.
Ahora escuchas
esta música a la que tanto juzgabas; la bailas, la adoras. En esta pista de
baile no te importa nada, sólo divertirte de una manera estúpida.
―¡Muévanse todos!
―interrumpe mis pensamientos un chico vestido completamente de negro.
Volteas a verme
aterrada, como queriendo saber qué está pasando, algo a lo que no tengo
respuesta alguna.
De repente,
comienzo a sentir una extraña sensación de miedo, de dolor, de resentimiento.
Mis manos tiemblan bruscamente.
Te diriges hacía
mí y confusamente te disparo. Caes implorando ayuda. Me gritas palabras que se
me clavan, palabras que, si hubiera sido tú, serían peores.
Recién recuerdo
estar cargando una pistola conmigo. Una m9.
Recién recuerdo que yo fui quien gritó amenazando a todos con esa arma.
Yo soy el chico
que te mató. Yo soy el chico vestido completamente de
negro que interrumpió sus propios pensamientos. El chico que te amaba.
Ahora quedarás
siempre en mi recuerdo, mi pequeña reina de susurros.
(Tercer semestre
de preparatoria, 2016).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario