lunes, 1 de enero de 2018

Reina de susurros


Berenice Elizabeth Moreno Ceja

Bailas con una energía excepcional; muy característico a tus diecinueve años. Te crees inmortal con esos tragos que le metiste a tu cuerpo.
Bailas con cualquier persona que se ponga frente a ti. Bailas con tus tristezas, con tus recuerdos. Bailas hasta con el silencio.
Eres otra, te desconozco completamente. Te crees la reina de la pista, la reina de las más bonitas. Te crees la reina de reinas. Realmente eres patética, aunque debo admitir que también eres la reina de mis pensamientos, la reina de mis susurros.
Mientras sigo perdido en mis absurdas ideas, apareces repentinamente frente a mí con esa sonrisa que me envuelve en sueños frustrados, en sueños melancólicos.
―¡Hey, hola! ¿Cuánto tiempo sin vernos? ―dices con la misma emoción que un niño con su regalo de Navidad.
―Eh… sinceramente no lo sé…
¡Claro que lo sé! Hace exactamente 133 días, 13 horas, 28 minutos y algunos segundos que te miré por última vez caminando de la mano de un tipo apuesto, según tus gustos.
―¿Quieres bailar? ―preguntas como si fuéramos los mismos de hace siete años.
Pareces sobria, pero esos ojos te delatan. Esa mirada que pide ayuda a gritos te delata. Esa sonrisa fingida te delata. Esas manos perdidas te delatan.
―No, gracias… solo vine a…
¡Demonios! No sé qué estoy diciendo.
―Vine a buscar a un amigo. Sí, eso, un amigo.
No me creíste. Ni el ser más crédulo podría habérselo creído.
―Bueno, te dejo. ¡Adiós!
Te vas, y mis memorias se van contigo.
Ese andar es el mismo de aquella chiquilla de doce años que llegó a preguntarme si tenía dinero que le prestara para comprarse una paleta de mango con chile.
Esa sonrisa tiene el mismo resplandor de aquella chiquilla de doce años, incluso cuando su dentadura no era perfecta y en sus dientes había sarro por doquier.
Esa mirada es la misma de aquella muchacha de diecisiete años cuando vino a decirme que tenía nuevos amigos. La misma mirada cuando viniste a decirme que te habías drogado con tus amigos. La misma mirada que pedía ayuda. Exactamente la que tienes ahora, en este instante.
Cuando te conocí, tu mirada era fresca, juvenil, con sueños muy grandes que parecían inalcanzables para los demás, pero no para ti.
Esa mirada fresca con la que viniste a preguntar mi nombre –luego de pedirme dinero, claro.
Esa mirada fresca que tenías cuando bailamos juntos esa canción que tanto te gustaba, que, según recuerdo, era un soundtrack de tu película de vampiros favorita. Esa mirada fresca cuando fuimos a ver la película de la chica con cáncer que era muy feliz con su novio; tu película favorita.
Ahora escuchas esta música a la que tanto juzgabas; la bailas, la adoras. En esta pista de baile no te importa nada, sólo divertirte de una manera estúpida.
―¡Muévanse todos! ―interrumpe mis pensamientos un chico vestido completamente de negro.
Volteas a verme aterrada, como queriendo saber qué está pasando, algo a lo que no tengo respuesta alguna.
De repente, comienzo a sentir una extraña sensación de miedo, de dolor, de resentimiento. Mis manos tiemblan bruscamente.
Te diriges hacía mí y confusamente te disparo. Caes implorando ayuda. Me gritas palabras que se me clavan, palabras que, si hubiera sido tú, serían peores.
Recién recuerdo estar cargando una pistola conmigo. Una m9. Recién recuerdo que yo fui quien gritó amenazando a todos con esa arma.
Yo soy el chico que te mató. Yo soy el chico vestido completamente de negro que interrumpió sus propios pensamientos. El chico que te amaba.
Ahora quedarás siempre en mi recuerdo, mi pequeña reina de susurros.
(Tercer semestre de preparatoria, 2016).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario