Daniel
Antonio Reyes González
Todo se volvió muy obscuro, ya no sé qué hacer. Lo único que puedo
pensar es en él y su estúpida y hermosa cara. Ya no hemos hablado, ni nada, al
respecto, ni una sola palabra desde ese sábado. Él se volvió tan indiferente y
distante antes de todo; yo sentía que ya nada le importaba, que todo lo que habíamos
pasado se iba por el caño. Esa fue una de las razones por las cuales yo se la
hacía de problemas.
Minutos, horas, días y semanas pasaron, cuando aún lo seguía
viendo con sus amigotes esos, a los que yo no soportaba. Eran los del futbol.
Nada más me pongo a pensar y me enojo aún más. Mañana, 20 de enero, se cumple
un mes, un mes de que rompimos. Yo, sin creérmelo; eso no era algo que viera
venir. Como todas las cosas buenas tienen un fin, este fue el fin de mi
felicidad y de mi vida amorosa. El fin de mi vida.
* * *
Septiembre de 2014:
Saúl, me llamo Saúl. Me considero una persona muy sociable y creo
que tengo muchos amigos, pero en verdad solo hay una que me importa: Ana
Fernanda, o como yo la llamo, Any. Ella y yo asistimos al mismo colegio. Pero
nuestra amistad tiene mucho más; para ser más exacto, desde hace catorce años.
El colegio al que asisto se encuentra al sur de la Ciudad de
México y en una colonia digamos que muy bien posicionada. Esa mañana mi vida iba
a cambiar, pero yo no lo sabía hasta ese momento. Any y yo íbamos de camino en
mi Mazda, con música a todo volumen, como solíamos hacer cada día.
Al llegar al colegio ella fue al baño y yo me quedé en una banca
cerca del salón en donde tendríamos la primera clase. Volvió muy entusiasmada a
contarme que había un chico nuevo. Le pedí que me contara todos los detalles y
me dijo que no sabía nada aún, pero que era de nuestra edad y probablemente iría
al mismo salón que nosotros.
Al entrar al salón, como es de costumbre, ya todos tienen su lugar
asignado y nos sentamos en el nuestro. Por mi cabeza me empezaba a pasar que no
había hecho la tarea de física, pero me dije que la podría hacer en el receso.
La profesora entró junto con un chico que se sentó al lado mío. No
le tomé importancia, y ella empezó a hablar, yo todavía en mi propio mundo.
Ella se refería al recién llegado:
—Buenos días, clase. Hoy tenemos a alguien nuevo, su nombre es
Alejandro Rivera. Él se nos unirá a partir de hoy.
En el receso Any y yo nos sentamos en una mesa para poder terminar
mi tarea.
—¡Saúl! —exclamó—, ¿ya
viste al chico nuevo? ¡Es tan guapo y alto! ¡Me gusta para ti!
—¿En serio? —dije en tono burlón y riéndome un poco.
—Sí, es todo lo que me has dicho que te gusta físicamente.
Le respondí: —No sé cómo sea su personalidad. No estoy dispuesto a
arruinarme un poco para averiguar.
—¡Bien que te encantan ese tipo de cosas! Yo sé que sí te
animas, ¿o no lo haces? —dijo en un tono retador.
—¿No me crees capaz? Lo voy a hacer y te diré todo.
Comenzó como un reto, pero había muchas cosas que yo no sabía que
iban a pasar, como, por ejemplo: que me iba a enamorar. No sabía que esa
sonrisa tan grande y blanca me iba a cautivar, que su cabello negro y suave como
la seda me iba a encantar. Pero esos ojos verdes, profundos, que te atrapan y
no te sueltan, ya me habían llamado la atención.
En la siguiente clase seguía pensando en lo que le había dicho a
Any. Pero no decía nada. Una sola vez lo volteé a ver y él me sonrió; no tuve
más que regresarle la sonrisa. El resto del día transcurrió muy tranquilamente,
hasta que en la última clase él me dio un papel. Ese papel solo contenía una
serie de números y no le entendía al mensaje. El timbre sonó y él solo me dijo:
—Son coordenadas. Te espero a las siete —y se fue.
Me desconcerté, pero me fui a mi casa muy calmado.
El camino a casa iba muy lento, a lo mejor era el tráfico o era
que me sentía desesperado por verlo. Any en ese momento no sabía nada de la
nota y yo no tardé mucho en contarle. Me respondió que fuera a darle una
oportunidad para ver qué sucedía.
Eran las seis de la tarde y abrí los mapas de mi celular. Puse las
coordenadas que él me dio y me llevaron a un restaurante muy bonito. Ya en el
camino no sabía qué esperar, aún no sabía qué esperar de él.
Cuando llegué estaba afuera esperándome, para entrar juntos. Se
veía tan encantador, como lo había visto ese día en la escuela. ¡Otra vez por
mi cabeza pasaban tantas cosas! Una de las principales era que apenas lo
conocía; lo único que sabía de él eran su nombre y que me atraía físicamente.
La velada transcurrió muy bien, pero se hacía más tarde y ya era
hora de que me fuera a casa y le contara a mi mejor amiga, como de costumbre.
Al llegar le conté todo lo que había sucedido y se quedó con una buena
impresión suya. En ese justo momento fue cuando me di cuenta de que en verdad
me gustaba.
* * *
Diciembre de 2014:
Pasaron unas semanas, seguimos hablando; él todavía me seguía
encantando, ahora la única diferencia era que éramos novios. En octubre, después
de varias citas y conocernos, me pidió que lo fuéramos.
Todo iba muy bien, todo parecía perfecto. Esos últimos dos meses
habían sido miel sobre hojuelas. Pero algo en mí me decía que la relación iba
por mal camino, ya que no habíamos tenido ni un solo desacuerdo. Esa era una de
las cosas que me molestaban de él: que es demasiado conformista. ¡Mejor ni me
meto en todo lo que yo decía que no me gustaba de él!
A la semana siguiente lo empecé a sentir muy distante. Hubo días
en los que ni siquiera nos dirigíamos la palabra. Después de ahí todo se fue en
picada.
¡Pelea tras pelea! Todas las veces que nos veíamos, aunque fuera
en la escuela, nos peleábamos. Pelea tras pelea, decidí terminar todo y decirle
que lo nuestro había acabado.
¡Se armó la tercera guerra mundial! Pero no en Alemania ni mucho
menos en otro país: fue en la sala de mi casa donde le dije adiós.
—¡No lo puedo creer, Saúl! —me gritó—. ¡¿Por qué me haces esto?!
—¡Ya no eres el mismo que me enamoró! —le grité también, y él me
calló con un beso en la boca–. ¡Largo de mi casa! —exclamé.
* * *
Enero de 2015:
—¡Ya no puedo vivir! —le dije a Any.
Ella me contestó: —¡Ni se te vaya a ocurrir suicidarte, porque
antes de eso yo te mato, Saúl!
—No tengo pensado suicidarme —le dije—, es simplemente que no sé
qué hacer con mi vida. No lo puedo ver, ni pensar en él, porque me deprimo.
Todo se volvió muy obscuro. Como ya había dicho, lo veía y me
ponía a llorar. ¿Cómo era posible que algo que parecía que duraría para siempre
se derrumbara y se destruyera en tan poco tiempo?
Pasó un mes desde que terminamos Alejandro y yo. Lo sigo viendo de
vez en cuando en el patio de la escuela, porque él pidió un cambio de salón. Ya
no sé qué pensar del amor. Este tipo de cosas no son para mí y creo que no lo
volveré a sentir.
Any me dijo que es una de las experiencias que me van a volver más
fuerte. Pero soy demasiado débil como para hacerme de experiencias y tomar
fuerza. Sin embargo, uno aprende de sus errores y definitivamente este ha sido
uno de los peores de mi vida.
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