martes, 2 de enero de 2018

Saúl



Daniel Antonio Reyes González

Todo se volvió muy obscuro, ya no sé qué hacer. Lo único que puedo pensar es en él y su estúpida y hermosa cara. Ya no hemos hablado, ni nada, al respecto, ni una sola palabra desde ese sábado. Él se volvió tan indiferente y distante antes de todo; yo sentía que ya nada le importaba, que todo lo que habíamos pasado se iba por el caño. Esa fue una de las razones por las cuales yo se la hacía de problemas.
Minutos, horas, días y semanas pasaron, cuando aún lo seguía viendo con sus amigotes esos, a los que yo no soportaba. Eran los del futbol. Nada más me pongo a pensar y me enojo aún más. Mañana, 20 de enero, se cumple un mes, un mes de que rompimos. Yo, sin creérmelo; eso no era algo que viera venir. Como todas las cosas buenas tienen un fin, este fue el fin de mi felicidad y de mi vida amorosa. El fin de mi vida.

*  *  *

Septiembre de 2014:
Saúl, me llamo Saúl. Me considero una persona muy sociable y creo que tengo muchos amigos, pero en verdad solo hay una que me importa: Ana Fernanda, o como yo la llamo, Any. Ella y yo asistimos al mismo colegio. Pero nuestra amistad tiene mucho más; para ser más exacto, desde hace catorce años.
El colegio al que asisto se encuentra al sur de la Ciudad de México y en una colonia digamos que muy bien posicionada. Esa mañana mi vida iba a cambiar, pero yo no lo sabía hasta ese momento. Any y yo íbamos de camino en mi Mazda, con música a todo volumen, como solíamos hacer cada día.
Al llegar al colegio ella fue al baño y yo me quedé en una banca cerca del salón en donde tendríamos la primera clase. Volvió muy entusiasmada a contarme que había un chico nuevo. Le pedí que me contara todos los detalles y me dijo que no sabía nada aún, pero que era de nuestra edad y probablemente iría al mismo salón que nosotros.
Al entrar al salón, como es de costumbre, ya todos tienen su lugar asignado y nos sentamos en el nuestro. Por mi cabeza me empezaba a pasar que no había hecho la tarea de física, pero me dije que la podría hacer en el receso.
La profesora entró junto con un chico que se sentó al lado mío. No le tomé importancia, y ella empezó a hablar, yo todavía en mi propio mundo. Ella se refería al recién llegado:
—Buenos días, clase. Hoy tenemos a alguien nuevo, su nombre es Alejandro Rivera. Él se nos unirá a partir de hoy.
En el receso Any y yo nos sentamos en una mesa para poder terminar mi tarea.
—¡Saúl! —exclamó—,  ¿ya viste al chico nuevo? ¡Es tan guapo y alto! ¡Me gusta para ti!
—¿En serio? —dije en tono burlón y riéndome un poco.
—Sí, es todo lo que me has dicho que te gusta físicamente.
Le respondí: —No sé cómo sea su personalidad. No estoy dispuesto a arruinarme un poco para averiguar.
­­—¡Bien que te encantan ese tipo de cosas! Yo sé que sí te animas, ¿o no lo haces? —dijo en un tono retador.
—¿No me crees capaz? Lo voy a hacer y te diré todo.
Comenzó como un reto, pero había muchas cosas que yo no sabía que iban a pasar, como, por ejemplo: que me iba a enamorar. No sabía que esa sonrisa tan grande y blanca me iba a cautivar, que su cabello negro y suave como la seda me iba a encantar. Pero esos ojos verdes, profundos, que te atrapan y no te sueltan, ya me habían llamado la atención.
En la siguiente clase seguía pensando en lo que le había dicho a Any. Pero no decía nada. Una sola vez lo volteé a ver y él me sonrió; no tuve más que regresarle la sonrisa. El resto del día transcurrió muy tranquilamente, hasta que en la última clase él me dio un papel. Ese papel solo contenía una serie de números y no le entendía al mensaje. El timbre sonó y él solo me dijo:
—Son coordenadas. Te espero a las siete —y se fue.
Me desconcerté, pero me fui a mi casa muy calmado.
El camino a casa iba muy lento, a lo mejor era el tráfico o era que me sentía desesperado por verlo. Any en ese momento no sabía nada de la nota y yo no tardé mucho en contarle. Me respondió que fuera a darle una oportunidad para ver qué sucedía.
Eran las seis de la tarde y abrí los mapas de mi celular. Puse las coordenadas que él me dio y me llevaron a un restaurante muy bonito. Ya en el camino no sabía qué esperar, aún no sabía qué esperar de él.
Cuando llegué estaba afuera esperándome, para entrar juntos. Se veía tan encantador, como lo había visto ese día en la escuela. ¡Otra vez por mi cabeza pasaban tantas cosas! Una de las principales era que apenas lo conocía; lo único que sabía de él eran su nombre y que me atraía físicamente.
La velada transcurrió muy bien, pero se hacía más tarde y ya era hora de que me fuera a casa y le contara a mi mejor amiga, como de costumbre. Al llegar le conté todo lo que había sucedido y se quedó con una buena impresión suya. En ese justo momento fue cuando me di cuenta de que en verdad me gustaba.

*  *  *

Diciembre de 2014:
Pasaron unas semanas, seguimos hablando; él todavía me seguía encantando, ahora la única diferencia era que éramos novios. En octubre, después de varias citas y conocernos, me pidió que lo fuéramos.
Todo iba muy bien, todo parecía perfecto. Esos últimos dos meses habían sido miel sobre hojuelas. Pero algo en mí me decía que la relación iba por mal camino, ya que no habíamos tenido ni un solo desacuerdo. Esa era una de las cosas que me molestaban de él: que es demasiado conformista. ¡Mejor ni me meto en todo lo que yo decía que no me gustaba de él!
A la semana siguiente lo empecé a sentir muy distante. Hubo días en los que ni siquiera nos dirigíamos la palabra. Después de ahí todo se fue en picada.
¡Pelea tras pelea! Todas las veces que nos veíamos, aunque fuera en la escuela, nos peleábamos. Pelea tras pelea, decidí terminar todo y decirle que lo nuestro había acabado.
¡Se armó la tercera guerra mundial! Pero no en Alemania ni mucho menos en otro país: fue en la sala de mi casa donde le dije adiós.
—¡No lo puedo creer, Saúl! —me gritó—. ¡¿Por qué me haces esto?!
—¡Ya no eres el mismo que me enamoró! —le grité también, y él me calló con un beso en la boca–. ¡Largo de mi casa! —exclamé.

*  *  *

Enero de 2015:
—¡Ya no puedo vivir! —le dije a Any.
Ella me contestó: —¡Ni se te vaya a ocurrir suicidarte, porque antes de eso yo te mato, Saúl!
—No tengo pensado suicidarme —le dije—, es simplemente que no sé qué hacer con mi vida. No lo puedo ver, ni pensar en él, porque me deprimo.
Todo se volvió muy obscuro. Como ya había dicho, lo veía y me ponía a llorar. ¿Cómo era posible que algo que parecía que duraría para siempre se derrumbara y se destruyera en tan poco tiempo?
Pasó un mes desde que terminamos Alejandro y yo. Lo sigo viendo de vez en cuando en el patio de la escuela, porque él pidió un cambio de salón. Ya no sé qué pensar del amor. Este tipo de cosas no son para mí y creo que no lo volveré a sentir.
Any me dijo que es una de las experiencias que me van a volver más fuerte. Pero soy demasiado débil como para hacerme de experiencias y tomar fuerza. Sin embargo, uno aprende de sus errores y definitivamente este ha sido uno de los peores de mi vida.

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